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Wednesday,31 Jul 2013

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Saturday,27 Jul 2013

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Wednesday,24 Jul 2013

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Friday,19 Jul 2013

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Tuesday,16 Jul 2013

La mañana siguiente Lucy despertó de un acostumbrado sueno agitado, justo antes del amanecer, con el rítmico rugido de las olas rompiendo in a steady, swell-driven surge. Ella sabía por el sonido, que allá habría algo grande, posiblemente más grande que el día anterior. Como todo amante del océano Lucy recibió una descarga de energía por la vista y sonido del surf, pero antes de permitirse la emoción de levantarse de la cama para abrir las cortinas y echar un vistazo a la bahía, se forzó a quedarse quieta y recordar, a pesar de la leve resaca de tequila, los sucesos de la noche anterior. Tanto para recordar algunas ideas del argumento de X Dames, como para tranquilizarse a si misma. Había sido una noche larga y extraña.

Después de instalarse en su suite, las tres mujeres descansaron un momento, se vistieron con un atuendo casual-chic para cenar, con vestidos de verano cortos y sandalias, y salieron. Les tomó una media hora caminar desde su hotel hasta La Casa de la Luna Grande, o la “House of the Big Fat Moon”, como ellas lo tradujeron: primero caminaron algunos cientos de metros por un camino de terracería paralelo a la playa, hasta llegar a la plaza principal del pueblo, donde hipis vagabundos vendían joyería chatarra y los niños jugaban al soccer bajo las palmeras, mientras sus padres vendían tacos, flanes, pasteles, DVDs, cepillos dentales, muñecos de plástico, entre otras cosas, en pequeños puestos destartalados alrededor de la plaza. Grupos de gringos medio borrachos, quemados por el sol recorrían las calles en busca del taco de pescado perfecto, mientras que surfistas aficionados y hipis merodeaban entre las bancas de la plaza, consumiendo cerveza Pacifico en vasos de litro o margaritas en vasitos de plástico. Se escuchaba música desde radios, bares, coches, y restaurantes. Todos parecían levemente aturdidos y muy contentos con ellos mismos. Qué podía ser mejor que tomar unas vacaciones en un pueblo extranjero donde podías ir por la calle medio borracho, sin ser insultado, robado, arrestado, atropellado, o volado en pedazos?

Desde este festivo lugar, las tres mujeres cruzaron el puente, y en enfilaron al camino paralelo a playa. Después de pasar una gran cancha de soccer y un par hoteles desgastados de dos pisos, obras de construcción abandonadas, y los terrenos bardeados de la escuela del pueblo, llegaron a los encopetados precintos del extremo norte, donde las casas en la playa a su izquierda, y en las colinas que se elevaban a la derecha, tenían un aspecto más grandioso, pomposo, atrevido, y enorme, unas camionetas SUVs pasaron, llevando gringos al pueblo. Era un territorio para adinerados, en ambos lados del camino. Una de las últimas casas en la playa era La Casa de la Luna Grande. Bobby Schamberg la había rentado dos semanas por 10 mil dólares. Se quedaron con él, en la casa principal, Judy y Henrietta, mientras que Leslie Williams y un par de productores ejecutivos se instalaron en la casa de invitados junto a la piscina. Exceptuando a las surfistas mexicanas y Sandra Darwin, que vivían en el pueblo, todos los demás involucrados en el show se quedaban en la Villa Roma. Ruben Dario, que pasaba los veranos en una mansión junto al mar en Santa Barbara, tenía su propia hacienda, que se decía, era las casa más grande del pueblo, en las colinas con vista al extremo norte y la bahía.

Hicieron su entrada. La casa incluía una enorme ventana con vista a la playa, donde la olas rompían en las rocas a unos 15 metros desde donde el grupo se sentó a cenar después de apurar dos botellas de tequila en media hora. Mientras las olas castigaban las rocas probaron comida gourmet mexicana rodeados de meseros, camarógrafos, ayudante de iluminación y sonido, maquillistas y estilistas, coordinados por Leslie Williams, asistente del director, un mexico-americano llamado Hector Valdez. Leslie no estaba por ningún lado, habiéndose retirado temprano a su habitación con un par de muchachos a la mano y un “brillo libidinoso en sus ojos ,” como lo describió un sardónico Bobby. Resulta ser que Leslie gustaba mucho de los jovencitos, pero eso no era parte de la narrativa en X Dames. El equipo grabó video desde prácticamente todos los ángulos, planeando usar el material de esta cena de introducción en el primer episodio de X Dames.

Junto com las surfistas que Lucy había conocido, además de Bobby y su equipo, había un par de personajes notables Ruben Dario, por supuesto, que era un elemento principal en los juegos X Dames. También presente estaba Wally Townsend, el socio americano de Dario en los negocios de bienes raíces. Entre ellos habían vendido 16 casas el invierno pasado, y tenían 11 más en proceso de venta. Aunque no parecían muy afectuosos, a juzgar porque lo Lucy vio en el curso de la bien documentada velada, Ruben Dario y la reina Amazona del surf Sandra Darwin, posiblemente tenían una relación.

El otro invitado era un hombre apodado el Pantera Macho, ó El Pantero, un tipo de piel obscura, musculoso, un mestizo hermoso de Puerto Escondido, famoso por surfear las olas más temibles de Puerto con la gracia de un gran gato depredador. Por ello el apelativo. Con sus luminosos ojos negros y su bien marcado cuerpo, además de una ridículamente sexy cabellera tenida de rubio, el pantera era muy atractivo, y él lo sabía.

A lo largo de la velada, surgieron varias rencillas semi-planeadas entre las surfistas contendientes—las chicas estaban aprendiendo rápidamente a hacer la “realidad” más real para las cámaras, y por ello, animada por Terry y Hector, Moki Sue alegremente despreciaba las habilidades para surfear de sus competidoras, especialmente Marcia y Henrietta, quienes respondieron a las críticas.

Atrapada entre Darío y Townsend, Lucy se perdió el melodrama femenil e hizo conversación con los promotores de bienes raíces. Dario, quien era mitad mexicano y mitad californiano, poseyendo doble nacionalidad, al parecer se había casado con una mujer perteneciente a una de las familias más adineradas de Sayulita. El era rico, arrogante y sabelotodo, mientras que Townsend, quien parecía el típico vendedor americano, se dedicaba a besar el trasero de Dario. De ambos, Lucy aprendió como funcionaba el sistema ejidal. Antes de que se aprobara la ley que permite a los gringos comprar casas vía fideicomisos bancarios, su único oportunidad para comprar propiedades en México era a través de un socio mexicano, conocido como prestanombre, cuyo nombre figuraba en las escrituras junto con el nombre del gringo. Estas sociedades de conveniencia en el papel, formadas por edictos proclamados por cada consejo municipal o Ejido, estaba acompañadas por poderes que impedían al prestanombre hacer nada con las casas, como comprar, vender, rentar, ocuparlas o usarlas para su propio beneficio; y si estaban apropiadamente redactados, los poderes permitían al socio americano hacer lo que quisiera sin el permiso de su socio mexicano. Dario aseguró que él sirvió como prestanombre para más de cincuenta casas en Sayulita.

Con raíces en Sayulita y el sur de California, Dario había sido un surfista hace algunos anos. Dado que era un personaje importante en el pueblo, fue elegido com juez de la competencia de surf. El campeón de surf El Pantero era el segundo juez, mientras que Judy Leggett, ex-campeona femenil de Estados Unidos, actuaba como tercera juez.

Judy mantuvo un bajo perfil a lo largo de la tarde, y Lucy se preguntaba que fue lo que activó sus suspicacias —además de esa extraña re-interpretación de la violenta escena en Chinatown por parte de Judy. Aquí en Sayulita, fuera de su terruño, Judy no parecía ser tan competitiva. Terry pensaba que la mujer estaba ahogada en codeína o barbitúricos, sencillos de conseguir en las farmacias mexicanas, pero no cabía la certeza.

De cualquier forma, la mezcla del show era variada, con potencial para la discordia y los conflictos. Buen material.

Tal como era su costumbre en las cenas grandes y ruidosas, cuando no estaba conversando con alguien, Lucy observaba. Y observó a Marcia. Después de apurar varios tragos de tequila y al menos cinco cervezas, Marcia terminó insinuándose a Ruben Dario. Lucy sabía la razón: el había estado lanzándole miradas de Latin lover a Marcia, en cada oportunidad que tenía. Y ella mordió el anzuelo, porque en el fondo, y Lucy no tenía dudas que en el fondo, Marcia continuaba siendo una chica inocente, a pesar de sus habilidades en el surf, su estilo gótico y sus perniciosas adicciones. A sus treinta y tantos, Dario era bien parecido, acaudalado, un ex-surfista de renombre, convertido en un hombre de mundo. En suma, una tremenda tentación para una chica como Marcia.

Las otras surfistas de San Diego, llegaron hasta la medianoche. Bobby había dado un paseo por las playas de Sayulita ese mismo, con la chequera de X Dames a la mano. Encontró otras cuatro atractivas jóvenes y las reclutó para completar la lista de participantes. Sin embargo, las dos hermanas canadienses, la estudiante de intercambio japonesa, y la chica hippie colombiana no estaban siquiera surfeando o haciendo paddling, debido al inusual tamaño de las olas. En lugar de eso se limitaban a pasar el tiempo en la playa—todas tenían una gran figura, por supuesto, y Bobby iba a facilitar el bikini si alguna no tenía el indicado —con sus tablas de surf a la mano, contemplando el paisaje. El surf era demasiado para ellas. Había que dejárselo a los profesionales. Lo cual contribuía a incrementar las ya de por si reputaciones de esas valerosas damas dispuestas a meterse en aguas monstruosas que surgen una vez cada diez años. Se estaba configurando una escena salvaje. Hecha para la TV.

Y entonces, conforme transcurría la noche, y arreciaban los efectos del tequila, El Pantero hizo una movida, tratando de seducir a Lucy Ripken. Luego de mirarla intermitentemente con sus felinos ojos negros y mostrarle una y otra vez su blanca adorable sonrisa para demostrar su interés, la abordó cuando salía del baño de 180 metros cuadrados, diseñado para imitar una gruta en la selva, entre las lilias, las orquídeas y el tintinear de las hojas, casi la convenció de que un encuentro amoroso, en su elegante cama king size bien valía la pena sufrir la culpa del día siguiente; pero no, en el último instante, antes de que sus inhibiciones se rindieran ante la urgencia y el deseo del Pantera, dio un giro, regresó a la mesa repleta de botellas de tequila, y se sentó, para tomar un profundo respiro y analizar sus opciones; y entonces una mirada a través de la mesa con Teresa, que estaba sobria, mirándola con ojos preocupados, terminó por apagar su lívido. Así que en lugar de lanzarse a los brazos del pantera, muy pronto se retiró junto con Teresa, y ambas recorrieron el camino de regreso, tomadas de la mano, disfrutando del paseo por la arena de Sayulita, una milla desde el extremo norte hasta el sur, reflexionando sobre su suerte, en apariencia más favorable, que la de la joven Marcia, ahogada en tequila y cerveza. La habían dejado atrás para que se valiera por ella misma. Cuando llegaron al Villa Roma se sentaron por media hora tomando notas de los eventos de la noche, para conformar sus historias–y se retiraron a sus respectivos cuartos. Marcia no se había presentado a reclamar el tercer cuarto para cuando ellas se fueron a dormir.

Llegó otro día. Lucy se despertó, apartó las cortinas, abrió las puertas de cristal y volvió a la cama, se cubrió el cuerpo desnudo con las sábana, y echó un vistazo, escuchando el furioso pero extrañamente calmante rugido del mar….

Hola! Estamos traduciendo este artículo y muy pronto estará listo. Por favor tenga paciencia.

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Thursday,11 Jul 2013

“Holy shit, mira ese surf,” dijo Marcia, acelerando el paso, el mareo desapareció mágicamente cuando las olas aparecieron. Pasaron un fila de mesas con vendedores de artesanías en la banqueta al final de la cuadra, y en la playa más delante, se podía ver agua blanca por todos lados, olas rompiendo a lo largo de la bahía, una punta rocosa con una casa enorme a medio kilómetro de distancia por el suroeste, y dos docenas de surfistas extendidos a lo largo de la playa frente a ellas, y hasta el otro extremo, a unos 180 metros mar adentro. Llegaron hasta la playa. El Costeño estaba a su derecha. Su enorme techo de hoja de palmera dejaba entrever mesas de madera y plástico, y sillas en la arena. Sobre la playa se había erguido un gran pabellón que se elevaba temporalmente sobre una plataforma de andamios soportada por postes de metal enterrados en la arenas, con las letras X DAMES impresas en color azul, en los cuatro lados de la pirámide de tela blanca que formaba el techo. De este colgaba banderines de patrocinadores de giros como cerveza, tablas de surf, tequila. Directamente atrás de este pabellón estaban estacionados varias camionetas de tracción en las cuatro ruedas, con el compartimiento de carga repleto de equipo de video. Claramente, estaba en marcha una producción de considerables dimensiones. “Tengo que ir por mi tabla y montar algunas olas,” dijo Marcia. “El surf luce fenomenal. Dónde dijo que estaba el hotel?”
“Allí,” señaló Lucy. “Aquella mole monstruosa.” A unos 200 metros por la playa, donde el camino se curvaba mar adentro, hacia la casa en la punta, un edificio de cinco pisos de elevaba frente a una pequeña colina cubierta de casas blancas y techos rojos, en medio de un follaje de flores y árboles de coco. El piso superior parecía inacabado, con simples columnas de concreto, ventanas sin cubierta y una barra sucia.. En la colina alrededor, los edificios pequeños se perdían entre la vegetación.
“Ese es el Villa Roma,” dijo Teresa. “Anoche chequé su sitio en la web. Y también otros sitios y blogs sobre Sayulita. Parece que todos en el pueblo detestan ese edificio y a su propietario, el típico americano idiota que pensó poder sobornar a todos para construir un condominio altísimo en un pueblo con un límite de altura de cuatro pisos. Dicen que pudieron detenerlo con una especie de maniobra legal, y de hecho ahora están suprimiendo los pisos superiores. De cualquier forma, esos pequeños edificios en la colina son cuartos de hotel, y se veían muy bien en la página web.”
“No me interesa,” dijo Marcia. “Voy por mi tabla.” Se fue caminando por la playa, los ojos de varios chicos surfistas mexicanos la siguieron. Acompañados por una media docena de perros callejeros, los muchachos bromeaban la arena a la sombra del pabellón de X Dames, viendo las olas, bebiendo cerveza, y checando a las chicas.
“Que harás tú, Lucy?” preguntó Teresa. “Harás “paddle” allá afuera?”
“Paddle, sí,” dijo. “Será grandioso para tomar fotos de cerca. Con mi cámara a prueba de agua. Y puedo hacer paddle bastante bien gracias a todo el nado y ejercicio que hago. Pero no podría montar esas olas. Solo he surfeado unas cinco veces, simplemente no se suficiente.”

“Discúlpenme, señoritas,” las interrumpió un hombre. Se dieron la vuelta. Tenía cuarenta y tantos años, un mexicano alto, bien parecido con shorts khaki bien planchados, sandalias de cuero negro, y una playera deportiva de buena manufactura, con lentes de sol. “Ustedes son–”
“Teresa MacDonald.” Levantó su mano. “Y Lucy Ripken. Usted debe ser–”
“Ruben Dario. Del show. Y un local también. Es un gusto conocerlas. Espero que el viaje haya ido bien. Acompáñenos, por favor.” Señaló a una de las mesas grandes en la parte frontal de El Costeño, con vista hacia el surf. Había tres mujeres sentadas allí, muy cómodamente, en bikinis diminutos: eran una asiática y dos mexicanas. Todas ellas morenas, delgadas, de cabello largo, y hermosas en un sentido moderno, físicamente dotadas, fieras, sin miedo, y totalmente femeninas. Mujeres poderosas, que se comerían el mundo. Mientras ella y Terry seguían a Darío hacia su mesa, Lucy pensó que cualquier show televisivo que tenga este trío, más Marcia, Henrietta, y Sandra, todas montadas en las olas, va a rockear!

“Entonces donde está la adorable Henrietta?” preguntó Moki Sue Kalahani’I, la “dominatrix del surf” de 26 años, después de presentarse, sentarse, y ordenar cerveza. A su izquierda sentada Martina Casals, una mexicana de 20 años famosa por un video viral que grabó en Puerto Escondido, conocido como la “tubería” mexicana, en la costa de Oaxaca. Martina había desaparecido completamente en un tubo de 3 metros, por cinco segundos, cuando apareció sobre sus pies, con una enorme sonrisa en su rostro, y sin la parte superior de su bikini, que estaba esparcido a lo largo del tubo. Sobra decir que este video “topless” se sostuvo como uno de los más populares de internet, y Martina se convirtió en una de las cinco o seis mujeres surfistas mas famosas del mundo.
Al final de la mesa estaba Erica Nuñez, con más de 30 años, pero campeona por cuatro veces consecutivas en México. Tenía prácticamente el mismo cuerpo que las otras dos, 1.65 metros de estatura, músculos bien marcados y en una forma increíble. Ni ella ni Martina hablaban inglés muy bien, y Darío, la única persona bilingüe del grupo, acompañó la conversación.
“No tengo idea,” respondió Teresa. “Pensé que venía con Bobby y todo el staff de TV.”
“Sí, yo la vi esta mañana en la casa que Bobby rentó,” dijo Dario. “No se preocupe, Señorita Moki, ella está allí. Quiere ese dinero tanto como Usted.” Sonrió. “Y ustedes, damas escritoras, han confeccionado algunas narrativas interesantes para nuestras chicas?”
“Claro que sí,” dijo Terry. “Terminamos de escribir el show completo en el avión antes de llegar aquí.”
“Esto es bueno” dijo él, se dio vuelta y tradujo al español. La dos chicas mexicanas se rieron.
“Qué?” dijo Lucy, detestando no saber español. “Qué es tan gracioso?”
“Oh, Solo les estaba contando cuanto desea Moki Sue vencer a Sandra y a todos los demás, pero especialmente a Henrietta. Y ellas piensan resulta muy gracioso que todas estas gringas se empeñen tanto en vencerse unas a otras, que no se dan cuenta que las surfistas mexicanas son las chicas a vencer, estando en su playa local.”
“Hm,” dijo Teresa. “Suena como un reto—y un buen argumento.”
“Hey, banda,” dijo Marcia, que llegó jadeando a la mesa. “El hotel es cool.” Llevaba puesta una tanga con una camiseta de licra de manga corta en colores neo-psicodélicos, y llevaba bajo el brazo una tabla de surf pequeña, de 1.8metros. Su pálido rostro se había esfumado casi como por magia del sol mexicano, y se veía como una surfista muy atractiva, lista para dominar algunas olas.
Lucy hizo una rápida presentación, y entonces Marcia dijo, “Porqué no están allá -todas ustedes- surfistas de grandes vuelos? Too hairy for you? Esas olas se ven fenomenales!”

“Porque estaban aún mejor esta mañana durante la marea alta, Chiquita,” respondió Moki Sue. “Y estamos descansando porque vamos a competir mañana y ya hemos surfeado tres horas el día de hoy.” Se dirigió a Teresa. “Y esta chica que hace en el torneo? Una chica bonita para rellenar en el fondo? O también sabes surfear, chiquita?” preguntó cínicamente.
“Nos vemos en las olas, bruja puta,” dijo Marcia, se dio la vuelta y se dirigió hacia el agua.
“Ouch! Que chica tan irritable,” dijo Moki con una sonrisa. “No soporta las bromas.”
“No fue gracioso,” dijo Lucy. “Y ella es una buena surfista, no debes tomarla a la ligera.”
Moki Sue miró a Lucy con una mirada inquisidora. “Y qué vas a escribir al respecto? Cómo insulté a una de las competidoras y–”
“Las rencillas personales y los rencores son materia prima para la historia” dijo Terry, “Así que sigue con ello.” Se dirigió a Lucy. “Parece que ya tenemos nuestra villana.”
“Hey,” dijo Moki Sue. “No me encasillen. No soy la mala. Solo quiero ganar, como todas las demás. Los juegos mentales son parte de la estrategia.”
“Discúlpenme, señoritas,” dijo Dario. “Quería preguntar a nuestras escritoras–” Lucy y Teresa le dieron su atención. “Ya estoy organizando el siguiente segmento después de la competencia de sur. Ya les mencionó Bobby nuestros planes? Podrán viajar a Sur América desde aquí para trabajar en la competencia de snowboarding la próxima semana? Mi socia Sophie ha estado por allá buscando locaciones, y parece haber conseguido una gran montaña con un hotel bien equipado, reliable lifts and excellent powder, en los Andes Chilenos. Creemos que si podemos alternar deportes de invierno y verano, se creará una gran dinámica para la serie. Queremos darle un enfoque global.”
“Chile? La próxima semana? Jesus, no lo sé. Tengo un libro que terminar. Luce, tu que opinas?”
“Hey, miren eso,” dijo Lucy, sacando rápidamente un pequeño par de binoculares con gran alcance de su bolsa. “Esa es Marcia?” Enfocó más. “Sí. Cogió una ola gigante.” Todos vieron como la chica se sostuvo en la cima de una ola enorme, hasta que cayó. Cuando llegó al fondo era evidente que la altura de la ola era tres veces más grande que ella. Bajó al fondo montada en su pequeña tabla, dio un giro, y subió de nueva cuenta, a una gran velocidad. At the top she whipped a slashing cutback, and her board broke loose of the water, freefalling down the face. Her feet hardly touched the board until it hit water near the wave’s bottom, when she somehow landed perfectly balanced and executed another big turn, this one ending with a lunging kickout over the top as a collapsing section closed the wave out.
Estuvieron en silencio por algunos segundos, perplejos. Entonces Moki Sue dijo “Holy shit! Esa chica sabe surfear!”
“Magnifico,” dijo Dario. “Y que ola tan poderosa!”
Martina dijo, “Creo que esa fue la mejor ola del día. Es como en Puerto Escondido, pero no rompe tan fuerte como allá.”
“Judy me dijo que mañana tendremos las olas mas grandes,” dijo Teresa. “Así que podríamos tener olas aún más grande para el torneo.”
“Hey, yo soy de Hawaii,” dijo Moki Sue. “Me devoro olas como esta en el almuerzo.”
Todos la miraron. “Cálmate, nena,” dijo Lucy.

X DAMES 3: Mal comportamiento

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Monday,8 Jul 2013

Con el equipaje a la mano y un par de tablas de surf sobre el techo del auto envueltas en bolsas plateadas, Lucy, Teresa, y Marcia compartieron un taxi rumbo al aeropuerto la mañana siguiente. Tomaron un vehículo de conexión, abordaron, y eventualmente despegaron. Muy pronto Marcia se durmió con la mano pegada a la ventana, mientras Teresa y Lucy contemplaban a su joven compañera. “Parece estar totalmente perdida,” dijo Terry en voz baja.
“Ya lo se” respondió Lucy. “Cuando fui por ella todavía estaba inconsciente. Igual que su hermana y los dos chicos que estaban con ellas.” Hizo una pausa. “Me tomó cinco minutos despertarla, y su novio o quien sea que haya sido, no parecía ser el típico “surfo” feliz e infantil.”
“Qué quieres decir?” dijo Teresa.
“Había unos objetos extraños en la cocina y mesa,” respondió Lucy. “Ignoro cual es la droga de moda en estos días, pero parecía el juego de química de un niño demente.”
“Apostaría que es “speed” dijo Teresa. “Ahora mucha gente la usa porque es barata y fácil de hacer, y dicen que el “acelere” es mejor que la cocaína y dura por días.” Dijo entre divertida y consternada. “Y lo mejor de todo es que destruye tu cerebro más rápido que ninguna otra droga.”
“Jesús,” exclamó Lucy. “En qué lío nos metí? Y a mi pobre perro también. La hermana de Marcia dijo que ella se encargaría de él mientras yo estoy fuera.”
“Estará bien. Y Marcia también. No hubieran caído inconscientes con un atracón de speed. Además, si van a estar surfeando todos los días no podrán estar consumiendo tanto. Tu cuerpo no puede soportarlo. En cualquier caso, en lo que concierne a nuestra amiga aquí, si el speed es su demonio de elección, probablemente no podrá llevar nada a México. Todo el concepto del speed es completamente anti-mexicano, a menos que estés trabajando para un cartel. Simplemente se limpiará de su organismo.”
“Espero que tengas razón,” dijo Lucy suspirando. “Al menos no llevaba jeringas.”
“No es como si tuviéramos que hacer de niñeras de una adicta de 23 años con problemas de drogas. Tenemos que hacer TV, verdad?”
“Correcto,” dijo Lucy, feliz de cambiar el tema. “La junta fue muy bien y todo, pero realmente sabes qué vamos a estar haciendo?”
“Has visto programas de reality TV, verdad, Lucy?” Le dirigió una mirada. Lucy la miró de regreso, muy seria, y estallaron en risas.
“De hecho vi Survivor una vez,” dijo ella. “Y he visto American Idol un par de veces.”
“Es todo?” preguntó Teresa, sonriendo. “Bueno, eso quiere decir que has visto más dos horas más de reality TV que yo. Bobby nunca pensó en preguntarme, así que tal vez, ya tenia la intención de contratarme—o a nosotras–pero la verdad es, que ni siquiera tengo una televisión.”
“Yo diría que si no fuésemos unas genios de la literatura estaríamos en graves problemas” dijo Lucy. “Pero sabiendo que somos, de hecho, unas auténticas genios de la literatura, simplemente crearemos una obra maestra de reality tv. Allá entre las olas altas.”

“Sin duda, Chiquita,” respondió Teresa. “O que nos despidan y nos manden a casa.”
Finalmente Marcia se repuso. “Los muertos viven,” exclamó Teresa. “Háganse para atrás.” Masculló la chica, y se volvió a dormir con la boca abierta. Ahora tenía la oportunidad de observar muy de cerca a Marcia, pero a Lucy no le gustó lo que vio. Una textura amarillenta cubría su piel. Su ojos parecían aros de mapache. Parecía tener mucho más que 23 años.
Sin embargo, la chica era inteligente, sexy y buena surfista. Lucy sabía que su propio entusiasmo la había metido en esta situación. Se había dejado seducir por el gran estilo de Marcia, y su brillante auto, en la playa, en las olas de Los Angeles.
Lucy se sacudió sus preocupaciones. “Dime todo lo que sepas sobre lo que vamos a hacer en este show, Ter,” dijo Lucy.
“Bueno, para empezar, creo que vamos a tener serios problemas yendo tan pronto,” dijo Terry, sacando su notebook. “Tengamos una junta, Lucita.” Pasaron las próximas dos horas preparando ideas para los X Dames tales como ataques de tiburones, fiestas mexicanas en la playa con tequila y peleas entre borrachas, pleitos en las olas, intrigas románticas, aventuras de buceo que salieron mal, problemas intestinales con las enchiladas, y otras ideas argumentales. Aunque era tentador, jugaron un poco con la idea de introducir los problemas de Marcia con las drogas como parte de la historia, pero abandonaron la idea. Para la hora que se acercaban a Vallarta ya tenían varias páginas de ideas dramáticamente exageradas alrededor del torneo de surf. Y entonces con un súbito movimiento sobre Bahía de Banderas y una maniobra semi-circular para acercarse desde la montañas desde el este, aterrizaron con un pequeño sobresalto—suficiente para despertar a Marcia–seguido por un suave deslizamiento sobre la pista.
Veinte minutos después se encontraron con Sandra Darwin, una amazona surfista de 1.87m de estatura, esperando entre el grupo de personas con carteles, conductores de limosina, latosos vendedores de tiempo compartido y demás tramposos del aeropuerto afuera de las aduanas. Sandra sostenía un letrero con el nombre de Teresa. Tan pronto la vio, Lucy la denominó como la Chica de Surfalita, prima de la chica de Ipanema, pues era tan alta, bronceada, joven y encantadora como aquella, excepto que a los 27 años, Sandra Darwin estaba demasiado marcada, como para aparentar ser la típica chica con bikini en las playas de Brasil o de cualquier otro lado. Vestía shorts con tank top y flip-flops, y tenía los brazos y piernas bien marcados. Su porte rubio y ojos azules, la hacían ver bella, pero carecía de las curvas, reales o falsas, en los lugares usuales. Lo que resaltaba era su fibra y sus músculos. Parecía que podía patear traseros “Hola chicas,” dijo ella cuando se acercaron, arrastrando las tablas y maletas. “Quién es la surfista?”
“Yo” dijo una desconcertada Marcia. “Soy yo–”
“Voy a patearte el trasero en la competencia, cariño,” dijo Sandra, y después se rió. “Solo estaba bromeando, chica”
“Hola Sandra, como estás?” dijo Terry.
“Tu eres Teresa?” preguntó.
“Sí. Llámame Terry. O simplemente Ter. Es un gusto conocerte en persona, al fin, después de todo el correo electrónico. Y esta es Lucy, y Marcia Hobgood, tu competencia”
“Hola” dijo Lucy. “Como te va?”
“Tu eres la surfista de altos vuelos, verdad?” dijo Sandra. “Leíste el libro Precolombino falso?”
“Si, esa soy yo. Me las puedo arreglar” Dijo Lucy. “Pero no soy así–”

“Me gustó ese libro. Lo leí en una noche. Vámonos de aquí” dijo Sandra. “Odio los aeropuertos.” Ella era una persona un tanto abrupta y simplemente no aceptaba tonterías. No hay nada de malo con eso, decidió Lucy, mientras la seguían hacia una camioneta del tamaño de un tanque, ajustó las tablas en el porta-equipaje, y echó todo lo demás en la parte trasera. Muy pronto iban camino al norte por la Autopista 200.
“Hay cervezas y sodas en ese refrigerador. Sírvanse ustedes” dijo Sandra mirando por el retrovisor. Lucy le pasó a Terry una botella de ginger ale y tomó una para ella.
Marcia destapó una Tecate, con un sorbo engulló media lata y dijo, “Aaah. Necesitaba eso.”
“Parece que sí,” dijo Lucy, dirigiéndole una mirada. Ella le regresó la mirada sin inmutarse, hasta que Lucy retiró la suya. “Oye Sandra, cuánto dura este paseo?”
“Una media hora, a menos que nos quedemos atorados detrás de un camión. El camino se vuelve muy angosto y sinuoso pasando el entronque de Punta Mita.” Con montañas elevándose mas allá de un valle brumoso hacia el este, y el Pacífico hacia el oeste, manejaron hacia el norte a través de un paisaje con desarrollos dispersos, una mescolanza de un Mexico colonial con pueblitos poco agraciados y locales comerciales destartalados, supermercados enormes y carteleras bilingues con excesivas dimensiones, anunciándolo todo desde Kahlua hasta Hummers, alternados con campos de golf, condominios, hoteles y tiempos compartidos gigantes a lo largo de la costa, y hordas de automóviles, camiones, autobuses, y motocicletas compitiendo por adelantar posiciones en un camino de cuatro carriles. Por quince minutos Sandra apuntó a las señales y mencionó los pueblos conforme los iban pasando —Nuevo Vallarta, Mezcales, Bucerías, La Cruz de Huanacaztle, Punta Mita, en paralelo con el mar azul de Bahía de Banderas. Después pasaron a través de un retén operado por un grupo de jóvenes uniformados armados con metralletas— Federales, dijo Sandra—y continuaron su curso hacia donde el par de carriles por cada lado se convierte en uno solo, y el camino comienza a serpentear a través de la jungla.
Quince sinuosos minutos después llegaron a un estrecho plano abierto, donde Sandra giró a la izquierda pasando una gasolinera Pemex y una tienda de emparedados Subway, y después dieron vuelta en un camino recientemente pavimentado. “Acaban de terminar este camino,” dijo ella. “Era un camino intransitable con baches, en los buenos tiempos,” suspiró. “Pero ahora–”
“Qué?” preguntóTeresa.
“Nunca has estado aquí, verdad? Ninguna de ustedes?”
“Yo solo voy a Nueva York,” dijo Terry. “Esta es mi primera vez fuera de EUA.”
“Yo estuve en Mazatlán una vez,” dijo Lucy. “Cuando estaba en la universidad. Borracha por una semana. Y fui de paseo a Yucatán algunas veces, pero allá es otro mundo.”
“Yo fui a Ensenada el año pasado con unos amigos,” dijo Marcia. “De fiesta, surfeamos, más fiesta y más surf, y nos fuimos a casa. Fue estupendo.”

“Bueno, Sayulita era realmente cool,” dijo Sandra, mientras pasaban del nuevo asfalto hacia el viejo asfalto esquivando varios baches. “Solía ser un perfecto pueblito playero mexicano, pero desafortunadamente está muy cerca del aeropuerto de Vallarta. Lo cual significa que en los últimos años ha sido invadida por gringos muy distintos a los surfos, artistas, y hippies nómadas que suelen venir aquí. Ahora hay un montón de casas de millonarios en las colinas y–no me malinterpreten, siempre han habido americanos y canadienses e incluso algunos europeos aquí, por que es un pueblo realmente cool, con una playa bonita, buena pesca, y olas divertidas para surfear. Pero últimamente el desarrollo inmobiliario se ha disparado demasiado rápido.”
“El dinero hace eso” apuntó Lucy.
“Siempre y en todos lados,” dijo Teresa.
“Sí, lo se,” dijo Sandra. “Pero yo vine hace muchos años para surfear y pasar el rato, y entonces inicié la versión mexicana de las Divas de las Olas y nunca pensé en comprar propiedades, ni siquiera cuando era bastante barato años atrás. Y ahora de repente todo está en venta, y si no eres bastante agresivo y mañoso, comprar algo es prácticamente imposible. Y es por eso que voy a patear tu trasero en el torneo, Marcia,” dijo ella, y se rió con semblante serio. “Ese dinero de X Dames me serviría mucho. Entonces, si das vuelta aquí,” dijo mientras frenaba y apuntaba a la derecha, “y sigues por allí hasta el final del camino, Calle Miramar y das vuelta a la derecha por el camino a la playa, Palmar, irás hacia el extremo norte, donde están las haciendas para presumidos en las cumbres. El centro del pueblo está cruzando el puente delante. Por aquí hay un puesto de pollo rostizado, tienda de pintura, ferretería, estética, chatarra eléctrica, el tipo que hace soldadura, auto partes, galería de malas artes y una escuela privada progresiva para niños gringos–” Se aproximaron al puente, y pasaron por encima. El río era apenas un chorrito café flanqueado por bancos de lodo. Más allá del centro del pueblo se podían ver docena de casitas estilo mediterráneo blancas muy brillantes dispersas por las colinas; y entre las casas, proyectos a medio construir ocupaban gran parte de la tierra restante. “El río está algo sucio–desafortunadamente, buena parte del drenaje aún sigue vertiéndose, sin tratarse primero, a pesar de la nueva planta de tratamiento, pero los mexicanos siempre lo han hecho así, y entonces, cuando eran solo unos cuantos cientos de personas no importaba. Pero ahora hay miles de mexicanos y gringos, y su mierda apesta.

“Pero que diablos,” continuó, mientras giraba a la derecha. Vehículos abandonados, vendedores de artesanías, puestos de comida, juguetes de plástico y objetos para el hogar se alineaban a la derecha del río. “Hay un gran oleaje ahora y el surf es bastante grande para Sayulita, así que el torneo va a estar intenso. Muy oportuno para el show.” Miró hacia atrás a Marcia. “Estás lista, chica?”
“Si me permites citarte” dijo Marcia. “Voy a patearte el trasero en la competencia.”
Sandra se rió. “Ya veremos.” Giró a la izquierda por una calle polvorienta con carros estacionados frente a tiendas pequeñas y casas tras muros cubiertos de follaje. Avanzó dos cuadras y se estacionó. “Ya llegamos, chicas: el hermoso centro de Sayulita. La plaza principal del pueblo esta justo allí.” Ella señaló hacia la calle. “Todos pasan el tiempo allí por las tardes.” Ella apuntó al otro lado. “La playa esta allí, y las olas. Tienen que reunirse con Ruben Dario, uno de los productores de los X Dames, en El Costeño, el restaurante al aire libre junto a la playa al final de la calle. Debo advertirlas: algunos piensan que Ruben es el lobo maloso del pueblo, y él lo sabe. Pero las olas estarán justo frente a ustedes así que podrán echar un vistazo. Voy a llevarme sus cosas al VR—está bajando la playa, no podrán perderlo—y nos vemos más tarde.”
“Estupendo,” dijo Lucy, bajándose. “El aire es agradable aquí,” opinó.
“Tenemos usualmente entre 26 y 31 grados de día, entre 18 y 21 por la noche, hasta Junio. Luego se pone muy caluroso y húmedo. Como sea, están agendadas para reunirse con Bobby Schambergk, Judy y toda la banda en la casa de Bobby, La Casa de la Luna Grande, junto a la playa del lado norte del pueblo a las siete en punto para cenar. Es una caminata de media hora desde el hotel, o pueden hacer que les envíen un taxi. Sus cosas estarán en su suite. Nos vemos entonces,” dijo Sandra y se alejó.
“Bien ya estamos aquí,” dijo Lucy, mirando alrededor. “Parece un dulce pueblito.” Mexicanos y americanos hippies y surfistas de todas las edades, chicas en bikinis, familia bronceadas, niños jugando, perros ladrando, perros callejeros mendigando, y vehículos polvosos llenaban las calles. Todo se movía a un ritmo lento tropical. Había un olor a desechos de perro, pescado frito, bloqueador solar, cerveza derramada y aroma a mar.
“Vamos a checar como están las olas,” dijo Marcia. “Tengo que ver como está el surf.”
Caminaron en medio de la calle, al ladod edificios de dos o tres pisos, puestos banqueteros para con arte mexicano para los turistas, tablas de surf, agua embotellada, cerveza, ropa, abarrotes, y, en al menos cuatro locales diferentes, BIENES RAICES. “Ella no estaba bromeando acerca del nivel de desarrollo inmobiliario, verdad?” dijo Lucy. “Es una locura para los vendedores de casas.”
“Escuché decir que ahora los gringos pueden comprar propiedades junto a la playa sin tener un socio mexicano,” dijo Teresa. “Puedes tramitar una especie de fideicomiso bancario. Antes los extranjeros no podían comprar propiedades a menos de mil metros de la playa. Pero ahora–” se encogió de hombros. Y siguieron caminando hasta llegar al mar. Allí las esperaban olas gigantes rompiendo la playa.

X DAMES 2: Encontrarse y Saludarse

sayulita-x-dames

Wednesday,3 Jul 2013

Saludos, lectores. Como estamos en plena temporada baja, durante las siguientes entregas voy a intentar algo distinto con el blog.

Pero primero, pongamos un poco de contexto: Hace mucho tiempo, cuando vivía en EUA, solía escribir cosas algo diferentes al contenido para web. Escribí artículos para revistas y libros sobre arquitectura, diseño interior, música y viajes. > Ver más

sayulita-Mamey-Fruit-01

Tuesday,2 Jul 2013

En este blog examinaremos al mamey, un fruto del árbol mamey zapote. El arbol es grande, de hoja perenne y ornamental que se eleva hasta entre 18 o 42 metros, y produce la fruta mostrada aquí. Estas frutas tienen un color cafe débil en el exterior y una aparencia indescriptible, creciendo hasta unos 10-25 centímetros de alto por 8-12 centímetros de ancho. Como sea, el difuso y rugoso exterior café esconde una joya por dentro, porque la parte comestible ofrece un hermoso, color naranja intenso. Se puede decir que está maduro cuando la cáscara se siente suave al tacto. Pero determinar esto, no es usualmente necesario, ya que estas frutas son peladas y expuestas formando un patrón ornamental similar a la flor de tulipán. Además, frecuentemente los vendedores cortan la fruta cerca del tallo para que los clientes potenciales puedan ver que el interior no es verde, sino rosado y maduro. > Ver más