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Monday,8 Jul 2013

Para la escritora y fotógrafa independiente neoyorquina, Lucy Ripken, cada mes supone una nueva dificultad financiera, y todo se resume a un reto: ganar lo suficiente para vivir. En X Dames, Lucy tiene suerte cuando su vieja amiga, Teresa MacDonald, le llama con una oferta imposible de rechazar para trabajar en un nuevo reality show en Los Angeles —llamado X Dames—integrado por un grupo de atletas curvilíneas que participan en deportes extremos.

Lucy toma la oportunidad, se muda al sur de California, y muy pronto se encuentra viajando a la costa pacífico de Mexico, a un pueblo pequeño, experimentando un gran auge, llamado Sayulita, donde tomará lugar el evento principal del show: una competencia de surf femenil. Surf monumental, chanchullos en bienes raíces, y una muerte misteriosa por ahogamiento se combinan para transformar el reality show en una investigación por homicidio en la vida real.

Con cámaras grabando todo lo concerniente al estreno de los X Dames, Lucy y sus amigas pronto se encuentran tratando de desenmascarar una conspiración donde estarían involucrados vendedores de bienes raíces deshonestos, políticos corruptos, y una vieja enemiga de Lucy que está de regreso.

justin

Justin Henderson is responsible for most of the the text on this site. Justin is an established writer, having published six novels as well as many non-fictions and travel guides. When he’s not writing, he’s usually riding waves on a surfboard or a paddleboard in Sayulita or Punta de Mita.

Photography by

Donna Day

Donna Day, our accomplished, full of life, professional photographer does most of the images on our site. Donna did editorial, advertising and architectural photography in New York and Seattle before bringing her talent for vibrant imagery to Sayulita.

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Con el equipaje a la mano y un par de tablas de surf sobre el techo del auto envueltas en bolsas plateadas, Lucy, Teresa, y Marcia compartieron un taxi rumbo al aeropuerto la mañana siguiente. Tomaron un vehículo de conexión, abordaron, y eventualmente despegaron. Muy pronto Marcia se durmió con la mano pegada a la ventana, mientras Teresa y Lucy contemplaban a su joven compañera. “Parece estar totalmente perdida,” dijo Terry en voz baja.
“Ya lo se” respondió Lucy. “Cuando fui por ella todavía estaba inconsciente. Igual que su hermana y los dos chicos que estaban con ellas.” Hizo una pausa. “Me tomó cinco minutos despertarla, y su novio o quien sea que haya sido, no parecía ser el típico “surfo” feliz e infantil.”
“Qué quieres decir?” dijo Teresa.
“Había unos objetos extraños en la cocina y mesa,” respondió Lucy. “Ignoro cual es la droga de moda en estos días, pero parecía el juego de química de un niño demente.”
“Apostaría que es “speed” dijo Teresa. “Ahora mucha gente la usa porque es barata y fácil de hacer, y dicen que el “acelere” es mejor que la cocaína y dura por días.” Dijo entre divertida y consternada. “Y lo mejor de todo es que destruye tu cerebro más rápido que ninguna otra droga.”
“Jesús,” exclamó Lucy. “En qué lío nos metí? Y a mi pobre perro también. La hermana de Marcia dijo que ella se encargaría de él mientras yo estoy fuera.”
“Estará bien. Y Marcia también. No hubieran caído inconscientes con un atracón de speed. Además, si van a estar surfeando todos los días no podrán estar consumiendo tanto. Tu cuerpo no puede soportarlo. En cualquier caso, en lo que concierne a nuestra amiga aquí, si el speed es su demonio de elección, probablemente no podrá llevar nada a México. Todo el concepto del speed es completamente anti-mexicano, a menos que estés trabajando para un cartel. Simplemente se limpiará de su organismo.”
“Espero que tengas razón,” dijo Lucy suspirando. “Al menos no llevaba jeringas.”
“No es como si tuviéramos que hacer de niñeras de una adicta de 23 años con problemas de drogas. Tenemos que hacer TV, verdad?”
“Correcto,” dijo Lucy, feliz de cambiar el tema. “La junta fue muy bien y todo, pero realmente sabes qué vamos a estar haciendo?”
“Has visto programas de reality TV, verdad, Lucy?” Le dirigió una mirada. Lucy la miró de regreso, muy seria, y estallaron en risas.
“De hecho vi Survivor una vez,” dijo ella. “Y he visto American Idol un par de veces.”
“Es todo?” preguntó Teresa, sonriendo. “Bueno, eso quiere decir que has visto más dos horas más de reality TV que yo. Bobby nunca pensó en preguntarme, así que tal vez, ya tenia la intención de contratarme—o a nosotras–pero la verdad es, que ni siquiera tengo una televisión.”
“Yo diría que si no fuésemos unas genios de la literatura estaríamos en graves problemas” dijo Lucy. “Pero sabiendo que somos, de hecho, unas auténticas genios de la literatura, simplemente crearemos una obra maestra de reality tv. Allá entre las olas altas.”

“Sin duda, Chiquita,” respondió Teresa. “O que nos despidan y nos manden a casa.”
Finalmente Marcia se repuso. “Los muertos viven,” exclamó Teresa. “Háganse para atrás.” Masculló la chica, y se volvió a dormir con la boca abierta. Ahora tenía la oportunidad de observar muy de cerca a Marcia, pero a Lucy no le gustó lo que vio. Una textura amarillenta cubría su piel. Su ojos parecían aros de mapache. Parecía tener mucho más que 23 años.
Sin embargo, la chica era inteligente, sexy y buena surfista. Lucy sabía que su propio entusiasmo la había metido en esta situación. Se había dejado seducir por el gran estilo de Marcia, y su brillante auto, en la playa, en las olas de Los Angeles.
Lucy se sacudió sus preocupaciones. “Dime todo lo que sepas sobre lo que vamos a hacer en este show, Ter,” dijo Lucy.
“Bueno, para empezar, creo que vamos a tener serios problemas yendo tan pronto,” dijo Terry, sacando su notebook. “Tengamos una junta, Lucita.” Pasaron las próximas dos horas preparando ideas para los X Dames tales como ataques de tiburones, fiestas mexicanas en la playa con tequila y peleas entre borrachas, pleitos en las olas, intrigas románticas, aventuras de buceo que salieron mal, problemas intestinales con las enchiladas, y otras ideas argumentales. Aunque era tentador, jugaron un poco con la idea de introducir los problemas de Marcia con las drogas como parte de la historia, pero abandonaron la idea. Para la hora que se acercaban a Vallarta ya tenían varias páginas de ideas dramáticamente exageradas alrededor del torneo de surf. Y entonces con un súbito movimiento sobre Bahía de Banderas y una maniobra semi-circular para acercarse desde la montañas desde el este, aterrizaron con un pequeño sobresalto—suficiente para despertar a Marcia–seguido por un suave deslizamiento sobre la pista.
Veinte minutos después se encontraron con Sandra Darwin, una amazona surfista de 1.87m de estatura, esperando entre el grupo de personas con carteles, conductores de limosina, latosos vendedores de tiempo compartido y demás tramposos del aeropuerto afuera de las aduanas. Sandra sostenía un letrero con el nombre de Teresa. Tan pronto la vio, Lucy la denominó como la Chica de Surfalita, prima de la chica de Ipanema, pues era tan alta, bronceada, joven y encantadora como aquella, excepto que a los 27 años, Sandra Darwin estaba demasiado marcada, como para aparentar ser la típica chica con bikini en las playas de Brasil o de cualquier otro lado. Vestía shorts con tank top y flip-flops, y tenía los brazos y piernas bien marcados. Su porte rubio y ojos azules, la hacían ver bella, pero carecía de las curvas, reales o falsas, en los lugares usuales. Lo que resaltaba era su fibra y sus músculos. Parecía que podía patear traseros “Hola chicas,” dijo ella cuando se acercaron, arrastrando las tablas y maletas. “Quién es la surfista?”
“Yo” dijo una desconcertada Marcia. “Soy yo–”
“Voy a patearte el trasero en la competencia, cariño,” dijo Sandra, y después se rió. “Solo estaba bromeando, chica”
“Hola Sandra, como estás?” dijo Terry.
“Tu eres Teresa?” preguntó.
“Sí. Llámame Terry. O simplemente Ter. Es un gusto conocerte en persona, al fin, después de todo el correo electrónico. Y esta es Lucy, y Marcia Hobgood, tu competencia”
“Hola” dijo Lucy. “Como te va?”
“Tu eres la surfista de altos vuelos, verdad?” dijo Sandra. “Leíste el libro Precolombino falso?”
“Si, esa soy yo. Me las puedo arreglar” Dijo Lucy. “Pero no soy así–”

“Me gustó ese libro. Lo leí en una noche. Vámonos de aquí” dijo Sandra. “Odio los aeropuertos.” Ella era una persona un tanto abrupta y simplemente no aceptaba tonterías. No hay nada de malo con eso, decidió Lucy, mientras la seguían hacia una camioneta del tamaño de un tanque, ajustó las tablas en el porta-equipaje, y echó todo lo demás en la parte trasera. Muy pronto iban camino al norte por la Autopista 200.
“Hay cervezas y sodas en ese refrigerador. Sírvanse ustedes” dijo Sandra mirando por el retrovisor. Lucy le pasó a Terry una botella de ginger ale y tomó una para ella.
Marcia destapó una Tecate, con un sorbo engulló media lata y dijo, “Aaah. Necesitaba eso.”
“Parece que sí,” dijo Lucy, dirigiéndole una mirada. Ella le regresó la mirada sin inmutarse, hasta que Lucy retiró la suya. “Oye Sandra, cuánto dura este paseo?”
“Una media hora, a menos que nos quedemos atorados detrás de un camión. El camino se vuelve muy angosto y sinuoso pasando el entronque de Punta Mita.” Con montañas elevándose mas allá de un valle brumoso hacia el este, y el Pacífico hacia el oeste, manejaron hacia el norte a través de un paisaje con desarrollos dispersos, una mescolanza de un Mexico colonial con pueblitos poco agraciados y locales comerciales destartalados, supermercados enormes y carteleras bilingues con excesivas dimensiones, anunciándolo todo desde Kahlua hasta Hummers, alternados con campos de golf, condominios, hoteles y tiempos compartidos gigantes a lo largo de la costa, y hordas de automóviles, camiones, autobuses, y motocicletas compitiendo por adelantar posiciones en un camino de cuatro carriles. Por quince minutos Sandra apuntó a las señales y mencionó los pueblos conforme los iban pasando —Nuevo Vallarta, Mezcales, Bucerías, La Cruz de Huanacaztle, Punta Mita, en paralelo con el mar azul de Bahía de Banderas. Después pasaron a través de un retén operado por un grupo de jóvenes uniformados armados con metralletas— Federales, dijo Sandra—y continuaron su curso hacia donde el par de carriles por cada lado se convierte en uno solo, y el camino comienza a serpentear a través de la jungla.
Quince sinuosos minutos después llegaron a un estrecho plano abierto, donde Sandra giró a la izquierda pasando una gasolinera Pemex y una tienda de emparedados Subway, y después dieron vuelta en un camino recientemente pavimentado. “Acaban de terminar este camino,” dijo ella. “Era un camino intransitable con baches, en los buenos tiempos,” suspiró. “Pero ahora–”
“Qué?” preguntóTeresa.
“Nunca has estado aquí, verdad? Ninguna de ustedes?”
“Yo solo voy a Nueva York,” dijo Terry. “Esta es mi primera vez fuera de EUA.”
“Yo estuve en Mazatlán una vez,” dijo Lucy. “Cuando estaba en la universidad. Borracha por una semana. Y fui de paseo a Yucatán algunas veces, pero allá es otro mundo.”
“Yo fui a Ensenada el año pasado con unos amigos,” dijo Marcia. “De fiesta, surfeamos, más fiesta y más surf, y nos fuimos a casa. Fue estupendo.”

“Bueno, Sayulita era realmente cool,” dijo Sandra, mientras pasaban del nuevo asfalto hacia el viejo asfalto esquivando varios baches. “Solía ser un perfecto pueblito playero mexicano, pero desafortunadamente está muy cerca del aeropuerto de Vallarta. Lo cual significa que en los últimos años ha sido invadida por gringos muy distintos a los surfos, artistas, y hippies nómadas que suelen venir aquí. Ahora hay un montón de casas de millonarios en las colinas y–no me malinterpreten, siempre han habido americanos y canadienses e incluso algunos europeos aquí, por que es un pueblo realmente cool, con una playa bonita, buena pesca, y olas divertidas para surfear. Pero últimamente el desarrollo inmobiliario se ha disparado demasiado rápido.”
“El dinero hace eso” apuntó Lucy.
“Siempre y en todos lados,” dijo Teresa.
“Sí, lo se,” dijo Sandra. “Pero yo vine hace muchos años para surfear y pasar el rato, y entonces inicié la versión mexicana de las Divas de las Olas y nunca pensé en comprar propiedades, ni siquiera cuando era bastante barato años atrás. Y ahora de repente todo está en venta, y si no eres bastante agresivo y mañoso, comprar algo es prácticamente imposible. Y es por eso que voy a patear tu trasero en el torneo, Marcia,” dijo ella, y se rió con semblante serio. “Ese dinero de X Dames me serviría mucho. Entonces, si das vuelta aquí,” dijo mientras frenaba y apuntaba a la derecha, “y sigues por allí hasta el final del camino, Calle Miramar y das vuelta a la derecha por el camino a la playa, Palmar, irás hacia el extremo norte, donde están las haciendas para presumidos en las cumbres. El centro del pueblo está cruzando el puente delante. Por aquí hay un puesto de pollo rostizado, tienda de pintura, ferretería, estética, chatarra eléctrica, el tipo que hace soldadura, auto partes, galería de malas artes y una escuela privada progresiva para niños gringos–” Se aproximaron al puente, y pasaron por encima. El río era apenas un chorrito café flanqueado por bancos de lodo. Más allá del centro del pueblo se podían ver docena de casitas estilo mediterráneo blancas muy brillantes dispersas por las colinas; y entre las casas, proyectos a medio construir ocupaban gran parte de la tierra restante. “El río está algo sucio–desafortunadamente, buena parte del drenaje aún sigue vertiéndose, sin tratarse primero, a pesar de la nueva planta de tratamiento, pero los mexicanos siempre lo han hecho así, y entonces, cuando eran solo unos cuantos cientos de personas no importaba. Pero ahora hay miles de mexicanos y gringos, y su mierda apesta.

“Pero que diablos,” continuó, mientras giraba a la derecha. Vehículos abandonados, vendedores de artesanías, puestos de comida, juguetes de plástico y objetos para el hogar se alineaban a la derecha del río. “Hay un gran oleaje ahora y el surf es bastante grande para Sayulita, así que el torneo va a estar intenso. Muy oportuno para el show.” Miró hacia atrás a Marcia. “Estás lista, chica?”
“Si me permites citarte” dijo Marcia. “Voy a patearte el trasero en la competencia.”
Sandra se rió. “Ya veremos.” Giró a la izquierda por una calle polvorienta con carros estacionados frente a tiendas pequeñas y casas tras muros cubiertos de follaje. Avanzó dos cuadras y se estacionó. “Ya llegamos, chicas: el hermoso centro de Sayulita. La plaza principal del pueblo esta justo allí.” Ella señaló hacia la calle. “Todos pasan el tiempo allí por las tardes.” Ella apuntó al otro lado. “La playa esta allí, y las olas. Tienen que reunirse con Ruben Dario, uno de los productores de los X Dames, en El Costeño, el restaurante al aire libre junto a la playa al final de la calle. Debo advertirlas: algunos piensan que Ruben es el lobo maloso del pueblo, y él lo sabe. Pero las olas estarán justo frente a ustedes así que podrán echar un vistazo. Voy a llevarme sus cosas al VR—está bajando la playa, no podrán perderlo—y nos vemos más tarde.”
“Estupendo,” dijo Lucy, bajándose. “El aire es agradable aquí,” opinó.
“Tenemos usualmente entre 26 y 31 grados de día, entre 18 y 21 por la noche, hasta Junio. Luego se pone muy caluroso y húmedo. Como sea, están agendadas para reunirse con Bobby Schambergk, Judy y toda la banda en la casa de Bobby, La Casa de la Luna Grande, junto a la playa del lado norte del pueblo a las siete en punto para cenar. Es una caminata de media hora desde el hotel, o pueden hacer que les envíen un taxi. Sus cosas estarán en su suite. Nos vemos entonces,” dijo Sandra y se alejó.
“Bien ya estamos aquí,” dijo Lucy, mirando alrededor. “Parece un dulce pueblito.” Mexicanos y americanos hippies y surfistas de todas las edades, chicas en bikinis, familia bronceadas, niños jugando, perros ladrando, perros callejeros mendigando, y vehículos polvosos llenaban las calles. Todo se movía a un ritmo lento tropical. Había un olor a desechos de perro, pescado frito, bloqueador solar, cerveza derramada y aroma a mar.
“Vamos a checar como están las olas,” dijo Marcia. “Tengo que ver como está el surf.”
Caminaron en medio de la calle, al ladod edificios de dos o tres pisos, puestos banqueteros para con arte mexicano para los turistas, tablas de surf, agua embotellada, cerveza, ropa, abarrotes, y, en al menos cuatro locales diferentes, BIENES RAICES. “Ella no estaba bromeando acerca del nivel de desarrollo inmobiliario, verdad?” dijo Lucy. “Es una locura para los vendedores de casas.”
“Escuché decir que ahora los gringos pueden comprar propiedades junto a la playa sin tener un socio mexicano,” dijo Teresa. “Puedes tramitar una especie de fideicomiso bancario. Antes los extranjeros no podían comprar propiedades a menos de mil metros de la playa. Pero ahora–” se encogió de hombros. Y siguieron caminando hasta llegar al mar. Allí las esperaban olas gigantes rompiendo la playa.

X DAMES 2: Encontrarse y Saludarse