Obviamente, México es diferente a los países del norte en incontables maneras, comenzando por el lenguaje y la dieta, y se puede continuar hasta hacer una lista gigante. Sin embargo, hasta que haya vivido en el extranjero un tiempo o salido de visita varias veces; no siempre se notan las diferencias culturalmente significativas pero no tan dramáticamente evidentes.
Por ejemplo, una cosa que se aprende de Sayulita (probablemente es igual en toda la república) es que aquí, como es opuesto en el norte, hay muchas más, digamos, maneras informales de vender productos; ya sean productos cosechados, hechos a mano, cocinados, hechos a máquina, o importadas del otro lado del mar. Aquellos que conocemos el extranjero comprendemos esto: una de las cosas que atrae a la gente a México es la naturaleza libre para todos, sin supervisión, no regulada de la vida cotidiana. Por un lado, la burocracia aquí es asfixiante, enloquecedora y embrutecedora. Por el otro, ¿quién necesita una licencia para vender cosas? Nadie.
Aquí cada patio frontal es un posible restaurante, cada esquina solitaria una tienda potencial para algún alma emprendedora vendiendo partes de coches, relojes, super héroes de plástico, tacos, churros, o tal vez animales de lana maravillosamente confeccionados o manteles hechos a mano en las lejanas sierras de Nayarit o Oaxaca. Un pedazo polvoriento de 6 x 6 m. a bordo de carretera un día, una rosticería de pollos al siguiente, haciendo un negocio próspero, con un pequeño puesto de discos piratas al lado.
Una manera en que se venden cosas aquí, que no se ve muy seguido allá al norte, son las camionetas con las cajas llenas de mercancías que recorren los pueblos y ciudades todo el día, ofreciendo sus productos, algunos con sistemas de sonido muy fuertes (México puede llegar a ser ruidoso). Venden, bueno, cualquier cosa que puedan acomodar en la camioneta. Una persona lleva su camioneta llena de escobas, trapeadores, cubetas, cepillos, y otros artículos domésticos. Otra, vende camarón congelado, mediano o grande, con o sin cabeza. Le hará señales con uno grande mientras pasa, anunciando sonoramente con su charla de venta pre-grabada, las incontables maneras de preparar increíblemente deliciosos camarones. La camioneta del pan pasa cerca, con su banda sonora de película de los 40′s. Alguien vende nada más que sandías desde la caja de su camioneta, mientras que alguien más tiene un cuerno de la abundancia de frutas derramándose de su camioneta. Cebollas aquí, melones allá. Jícama por kilo, por acá, la tierra en la piel atestiguando la frescura. Una camioneta llena de sillas de madera pone su puesto junto al puente. Otra está llena de muebles para jardín que hacen ellos mismos con barras de refuerzo y plástico; he oído que Anthropologie o una de esas tiendas costosas en EU vende las mismas cosas, diez veces más caras.
Y no podemos olvidar a los del gas, cada compañía con su propia canción, que les gusta tocar tan alto como se pueda. Uno se pregunta a sí mismo, ¿por qué venden tanques de gas a las 7am del Domingo? Pues, por que pueden; y después de todo, realmente la canción pegajosa de Zeta, Zeta, Zeta Gas, no molesta demasiado en el albor dominical. Quién sabe, tal vez… se quedó sin gas. El sonido despierta a los gallos y chachalacas, quienes a su vez contribuyen con su propia alharaca indignante al clamor matutino. El sonido de las mañanas en nuestro bello México.